Cada uno sabe...

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Plutarco cuenta en una de sus historias, que en los tiempos de la  antigüedad, había un romano que decidió abandonar a su mujer como única forma de separarse de ella.

Sus amigos no veían con claridad los motivos de la separación y lo recriminaron por ello:

-¿No es bella tu mujer?- preguntaban.

-. Lo es. Y mucho.

-¿No es, acaso, pura y honesta?

-. También lo es.

Extrañados, insistían en conocer el motivo que había llevado a su amigo a tomar una decisión tan extrema. El romano, entonces, se quitó un zapato y mostrándolo a sus amigos, preguntó:

-¿Es lindo?

-. Lo es- dijeron ellos.

-¿Es de buena calidad?

-. Eso parece- todos aprobaron.

El romano volvió a calzarse el zapato y les aseguró:

-Pero ninguno de ustedes puede decir dónde me aprieta.

Con seguridad, hemos oído alguna vez la típica frase: "¿Dónde me aprieta el zapato?" Nadie puede saberlo sino el mismo que lo usa...pues de aquí viene...

Sólo uno mismo y nadie más puede estar en sus propios zapatos.

De ahí el respeto que nos han de inspirar las decisiones ajenas.

Siempre corresponden a situaciones que desconocemos. Y es que no estamos en los zapatos de la otra persona.

¡Sepamos dónde nos aprieta el zapato! Pero evitemos juzgar dónde les aprieta a los demás.

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